Por Eduardo
Ayer fue un día de esos que hacen
olvidar a uno, los montones de dificultades que conllevan vivir en una pequeña
isla, bloqueada y agredida desde hace más de cincuenta años por el mayor
imperio de la historia. Ayer fue el Día de los Padres. Cuando era pequeño, este
importante hito del calendario, pasaba casi inadvertido. Sin embargo, hace
algunos años, digamos unos 15, en que la sociedad en pleno, ha magnificado la
fecha colocándole a la par del Día de las Madres. La famosa frase del tiempo de
mis abuelos, de que “Padre es cualquiera”, ha dado paso a la generalizada
compresión de la importancia del papel que la figura paterna reviste para la
crianza de los hijos. Yo llegué a la paternidad hace trece años, y aunque mi
hijo crece día a día ante mis ojos, mi amor hacia él es de las cosas a las que
no puedo renunciar mientras respire.
Cuando mi esposa parió, casi no
podía caminar, así que lo tuve que atender noche tras noche, mientras ella se
reponía. Eso implicaba el cambio de pañales, que en el año 1998, todavía
generalmente eran de telas antisépticas. El pañal desechable, no había hecho su
aparición en la red de comercio minorista en la isla.