viernes, 11 de noviembre de 2016

Confesiones de un cubano de a pie.

Iglesia de San Pedro Apóstol en Versalles, Matanzas.
 Por Eduardo

Bárbara:
En cuestiones de edad, y de cubanía “de a pie”, le aseguro que soy tan “viejo”, porque tengo 52 años, y tan usuario del transporte público como lo podría ser usted. Le informo que casi no compro en la Shooping otra cosa que no sea el aseo personal, el aceite o alguna que otra cosa para la cual reunimos mi esposa y yo, quilo a quilo de nuestro salario, los reales al decir de los venezolanos para acceder a algún producto. Porque señora mía, soy de esos cubanos que no hace negocios turbios, ni tiene parientes en el norte, y vive de su salario de profesor universitario y el de su esposa. 
Tengo una casa que llevo más de treinta años fabricando, que no tiene placa, sino techo de tejas venezolanas, aseguradas con cabilla para que no me las lleven los ciclones. En la placita de mi barrio, hago colas como el más cubano de los cubanos, y sufro además el síndrome del provinciano, que vive en la provincia que más papa produce en Cuba, y ve los camiones de sacos de papa coger por la Vía Blanca en dirección de nuestra sobrepoblada capital. Todavía estoy pagando el refrigerador a crédito, y ahora, después de 26 años de matrimonio, es que mi esposa y yo vamos a comprar, al fin, nuestra cocina de gas, con contrato de botellón liberado a 110 pesos.