Las cuentas de la democracia.

El 52% de los parlamentarios cubanos son mujeres.
Foto Juventud Rebelde

 Por Eduardo

Anónimo:

Yo le haría al señor Ariándcuba la pregunta de cómo es posible que un personaje como el que ahora gobierna el imperio más poderoso del mundo, decide medidas antipopulares de todo tipo, después de perder el voto popular en las elecciones por una cifra superior a los tres millones de votos populares. También le preguntaría si él sabe que el señor Trump anda con una maletica que si a él le da la gana, dispara 8 mil cohetes nucleares con solo apretar un botón, algo que no me parece muy democrático que digamos, y es que una sola persona que no debió ser presidente de Estados Unidos, porque no sacó la mayoría de los votos del alrededor del 30% del electorado yanqui que acudió a votar, pueda decidir la vida o la muerte de los más de 6000 millones de personas que habitamos el planeta tierra.

Es decir que el señor Ariándcuba, parece ser que cree saber mucho de “representatividad democrática”, pero evidentemente en su afán de desconocer la validez, de nuestras elecciones comete el error de situar como punto de comparación el sistema presidencialista de los Estados Unidos de Norteamérica. Desde la hora en punto en que, para llegar a optar por cualquier cargo político en la mayoría de los países capitalistas, hay que gastar millonarias cifras en las campañas políticas de los candidatos, la democracia representativa se prostituye.

El señor Ariandcuba debería como buen cubano leer las reflexiones que nuestro Apóstol hizo en el siglo pasado sobre el sistema electoral norteamericano, que si ha cambiado en algo es que cada vez más el poder de los grupos económicos oligárquicos en la toma de decisiones, a contrapelo de la voluntad popular es quien decide el rumbo de las políticas. Decía Martí en 1881 en una crónica a La Nación.

“Nueva York es un estado dudoso, en el que a las veces triunfan los republicanos, a las veces los demócratas. Estas corporaciones directoras (Stalwarts, Tammany Hall), que solían venir a escandalosos tráficos para asegurarse mutuamente la victoria en las elecciones para determinados empleos, impedían que interviniesen en la dirección de los partidos hombres sanos y austeros, cuya pureza no hubiera permitido los usuales manejos, o cuya competencia se temía. Cada una de estas corporaciones obedece a un jefe: y del nombre de boss que se da a estos caudillos, hasta hoy omnipotentes e irresponsables, viene el nombre de “bossismo”, que pudiera traducirse por el nuestro de “cacicazgo”, aunque las organizaciones y las esferas de su actividad le dan carácter y acepción propios. “

Y añadía Martí:

“¿A qué votar, si iban diciendo ya los ciudadanos, si nuestro voto libre y aislado nada ha de poder contra el voto organizado del Partido?  Y los hombres buenos, disgustados de aquellas granjerías, desertaban de las urnas; y en los salones de cerveza, y en las casas de registro, se compraban con monedas o cambiaban por licor los votos de los extranjeros naturalizados; y no ascendía a los públicos oficios el caballero honrado, lleno de fama y méritos, y amados de su comunidad, sino el logrero favorecido (oportunista), sacado del séquito del capataz, a quien en un cambio del dominio que sobre su oficio y él tendría el boss, dábale el boss su insano apoyo y echaba a rodar todos las ruedas de su máquina.     “

Boss, en su sentido formal, significa patrón, pero en política era algo más que un simple dirigente del partido en la zona, o el municipio. Martí aclara:

“El boss ofrece empleos, adquiere concesiones a cambio de ellos, dispone de los votos y los dirige: tiene en su mano el éxito de la campaña para la elección del Presidente. Si la elección del Presidente que nombra su partido choca con sus simpatías personales, o con sus intereses en el Estado, lucha contra su partido, porque él ve preferentemente por su preponderancia en el Estado; un boss es soberbio, como /Roscoe/ Conkling, y emplea sus personales atractivos y su influjo para hacer triunfar su política dominante, ruda y agresiva; otro boss es ambicioso, como /John/ Kelly, y dirige todos sus esfuerzos a ejercer una influencia incontrastable sobre las fuerzas electorales y la distribución de los empleos públicos, en el Estado cuya política democrática dirige. Contra el uno y contra el otro se han alzado a la vez sus lastimados y vejados secuaces.”

En crónica publicada el 9 de mayo de 1885 en La Nación, Martí publica: “Una vez nombrados en las Convenciones los candidatos, el cieno sube hasta los arzones de las sillas. Las barbas blancas de los diarios olvidan el pudor de la vejez. Se vuelcan cubas de lodo sobre las cabezas. Se miente y exagera a sabiendas. Se dan tajos en el vientre y por la espalda. Se creen legítimas todas las infamias. Todo golpe es bueno, con tal que aturda al enemigo. El que inventa una villanía eficaz, se pavonea orgulloso. Se juzgan dispensados, aun los hombres eminentes, de los deberes más triviales del honor”.

El 22 de noviembre de 1889 apareció nuevamente en el rotativo argentino el despacho en que se lee: “Los votos, como que estos Estados nacen en hombros de corporaciones poderosas, estaban de compra y venta, según los intereses de las corporaciones rivales, y el influjo de las que tienen por la garganta a los votantes, con lo que les han adelantado sobre sus empresas y tierras”. En semejante cuadro, lo que gana su simpatía, y él considera “real en el voto”, es un propósito que, por contraste, habla de malas raíces: “el empeño de la mujer en que se levante el Estado sobre el hogar, y no sobre la taberna”.

En fin que esa corrupción en el sistema político norteamericano que denunciaba Martí hoy pervive, quizás a mayores niveles que en la época en que le tocó vivir a nuestro Apóstol, debido a que el poder económico de las empresas e instituciones bancarias transnacionales hoy prácticamente no conocen límites.

Hoy día un lobby tan poderoso como la Asociación Nacional del Rifle impide el control de las armas de fuego, en virtud de una enmienda constitucional con más de 200 años de antigüedad. O el Presidente decide por un problema religioso sexual (por sus santos compañones), tirar por la borda, los avances en el restablecimiento de las políticas de entendimiento entra Cuba y los Estados Unidos. En conclusión, que al señor Ariándcuba, le diría que para cuestionarse el sistema político cubano, a través de las cuentas matemáticas que se ha dedicado a elaborar, debiera detenerse en que en nuestra Asamblea Nacional la segunda con más mujeres del mundo, están representados en igualdad de condiciones todos los sectores de la población. Que en Cuba no gobierna un Presidente con decisiones unipersonales, sino un Consejo de Estado, con toma de decisiones colectiva, y en las cuales el voto del Presidente del Consejo de Estado tiene tanto valor como el de aquellos miembros del Consejo de Estado que representa a los Delegados de circunscripción. En fin que lo invito a informarse más del sistema político cubano, donde no existe división de poderes a lo Montesquieu, sino un solo poder, el Poder Popular.